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Friedrich Schiller: «Teosofía de Julius»
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Friedrich Schiller: «Teosofía de Julius»

(Versión de F. Caja y V. Herrmann ©)

EL MUNDO Y EL SER PENSANTE

     El universo es un pensamiento de Dios. Después de que estas imágenes espirituales ideales sean transportadas a la realidad y el mundo nacido colme el plan de su creador – permíteme esta idea humana – el primer trabajo de todos los seres pensantes es recobrar el primer diseño en esta totalidad presente, buscar la regla en el mecanismo, la unidad en la composición, la ley en el fenómeno y retrotraer la construcción a su esbozo original. Solo hay, pues, para mí un sólo fenómeno en la naturaleza, el ser pensante. La gran composición, que llamamos mundo, es digna de atención para mí sólo porque está presente para indicar simbólicamente las múltiples exteriorizaciones de este ser. Todas las cosas en mí y fuera de mí son el jeroglífico de una fuerza, que es semejante a mí. Las leyes de la naturaleza son las cifras que el ser pensante adjunta para hacerse comprensible al ser pensante – el alfabeto por medio del cual todos los espíritus tratan con el ser perfectísimo y consigo mismos. Armonía, verdad, orden, belleza, excelencia me proporcionan alegría, porque me trasladan al estado activo de su inventor, de su propietario, porque me confirman la presencia de un ser racionalmente perceptible y me permiten vislumbrar mi parentesco con este ser. Una nueva experiencia en este reino de la verdad, la gravitación, el descubrimiento de la circulación de la sangre, el sistema natural de Linneo, significan para mí lo que originalmente la antigüedad excavada en Herculano – ambos sólo reflejo de un espíritu, un nuevo reconocimiento de un ser semejante a mí. Dialogo con lo infinito por medio del instrumento de la naturaleza, por medio de la historia universal – leo el alma del artista en su Apolo.

Si quisieras convencerte, Rafael mío, indaga hacia atrás. Cada estado del alma humana representa una parábola con la creación física, mediante el cual es indicado y, no solo artistas y poetas, sino también los más abstractos pensador se han servido de estos ricos almacenes. A la actividad viva la denominamos fuego; el tiempo es una corriente que desde aquí fluye arrastrándose; la eternidad es un círculo, un secreto se esconde en la medianoche, y la verdad habita en el sol. Sí, comienzo a creer que incluso el futuro destino de los espíritus humanos está preanunciado en el oscuro oráculo de la creación física. Cada comienzo de primavera, que fuerza el brotar de las plantas en el seno de la tierra, me proporciona el esclarecimiento del temible enigma de la muerte y refuta mi angustiosa preocupación de un sueño eterno. La golondrina que en invierno encontramos helada y que en primavera vemos   revivir de nuevo, la oruga muerta, que se alza en el aire como mariposa nuevamente rejuvenecida, nos proporciona una imagen sensible adecuada de nuestra inmortalidad.

¡Qué digno de atención me resulta todo ahora! – En este momento, mi Rafael, todo está poblado a mi alrededor. Ya no hay páramo alguno para mí en la naturaleza. Donde descubría un cuerpo, allí vislumbro un espíritu – donde advertía un movimiento, allí adivino un pensamiento.

«Donde ningún muerto yace enterrado, donde no habrá ninguna resurrección[1]

mientras la omnipotencia me habla a través de sus obras, entonces comprendo la doctrina de una omnipresencia de Dios.

IDEA.

 Todos lo espíritus son atraídos por la perfección. Todos – se dan aquí extravíos, pero ni una sola excepción – todos ansían el estado de suprema exteriorización libre de sus fuerzas, todos poseen el impulso colectivo de dilatar su actividad, atraerlo todo a sí, de reunirlo en sí, de hacer suyo lo que reconocen como bueno, como excelente, como apetecible. La intuición de lo bello, de lo verdadero, de lo excelente es toma de posesión instantánea de estas cualidades. Aquél estado que percibimos, en ese estado nos ponemos nosotros mismos. En el instante en el que los pensamos, nos tornamos poseedores de una virtud, autores de una acción, descubridores de una verdad, tenedores de una dicha. Nosotros mismos nos convertimos en el objeto percibido. No me confundas con una sonrisa ambigua, mi Rafael – esta presuposición es el fundamento en el que fundamento todo lo que sigue, y debemos acordarnos, antes de que tenga yo coraje para concluir mi edificio.

Algo semejante le dice ya a cada uno su más íntimo sentimiento. Cuando, por ejemplo, admiramos una acción de magnanimidad, de valentía, de agudeza ¿no surge en nuestros corazones una secreta conciencia de que seríamos capaces de hacer nosotros lo mismo? ¿No delata ya el enrojecimiento que colorea nuestras mejillas al oír una tal historia, que nuestra modestia tiembla ante la admiración, que nos sentimos turbados por el elogio que debe suscitar en nosotros este ennoblecimiento de nuestro ser? Sí, nuestro cuerpo mismo en este instante se acuerda a los gestos del hombre que actúa y muestra abiertamente que nuestra alma ha transitado a este estado. Si hubieras estado presente, Rafael, allá donde se relató un gran acontecimiento a una numerosa asamblea, ¿no advertirías allí al narrador, cómo él mismo esperaría el incienso, cómo él mismo consumiría el aplauso, que fue ofrecido a su héroe – y si fueras el narrador, no dejarías sorprender tu corazón con este dichoso engaño? Tienes ejemplos, Rafael, de cómo puedo no obstante disputar vivamente con mi amigo del alma acerca de la lectura de una bella anécdota, un excelente poema, y mi corazón me ha confesado quedamente que sólo entonces te envidia el laurel que ha pasado del creador al recitador. Un sentimiento artístico para la virtud rápido y profundo es generalmente aplicable a un gran talento para la virtud, al igual que por el contrario ninguna reflexión obliga a poner en duda el corazón de un hombre cuyo cerebro aprehende débil y tardamente la belleza moral.

No me objetes que a menudo al lado de un conocimiento vivo de una perfección se encuentra una dolencia opuesta, que incluso al malvado le acomete un gran entusiasmo por lo excelente, que el débil en ocasiones se inflama de un entusiasmo de proporciones hercúleas. Sé, por ejemplo, que nuestro admirado Haller[2], que desenmascaró tan virilmente la apreciada nulidad de los vanos honores, cuya grandeza filosófica tanta admiración me produce, precisamente éste no fue capaz de desdeñar la aún más vana nulidad de una orden de caballería, que ofende su grandeza. Estoy convencido de que en los momentos felices de los ideales el artista, el filósofo y el poeta son los grandes y buenos hombres que su imagen proyecta – pero este ennoblecimiento del espíritu es en muchos sólo un estado no natural, producido por una ebullición más viva de la sangre, una aceleración más rápida de la fantasía, pero por esta razón también tan pasajera, como cualquier otro encantamiento, desaparece rápidamente y deja el corazón tanto más exhausto a merced del capricho despótico de las más bajas pasiones. Tanto más exhausto digo – pues una experiencia universal enseña que el criminal reincidente siempre es el más furioso, que lo renegados de la virtud se recuperan tanto más dulcemente de los lastimosos impulsos al arrepentimiento en los brazos del vicio.

Quisiera probar, mi Rafael, que es nuestro propio estado, cuando lo sentimos en otro, que la perfección se torna propia en el momento que despertamos en nosotros una representación de ella, que nuestra complacencia en la verdad, en la belleza y la virtud, se disuelve finalmente en la conciencia de nuestro propio ennoblecimiento, de nuestro propio enriquecimiento, y creo haberlo probado.

Poseemos conceptos de la sabiduría del Ser supremo, de su bondad, de su justicia –pero ninguno de su omnipotencia. Para describir su omnipotencia nos ayudamos de la representación gradual de tres sucesiones: la nada, su voluntad y algo. Era el caos y la oscuridad – Dios gritó: hágase la luz, y la luz se hizo. Si tenemos una idea real de su omnipotencia, seremos nosotros creadores, como él.

Cada perfección, pues, que percibo, me la apropio, me proporciona alegría, porque es mía; la deseo, porque me amo a mí mismo. La perfección en la naturaleza no es ninguna propiedad de la materia, sino del espíritu. Todos lo espíritus son felices por su perfección. Deseo la felicidad de todos los espíritus, porque me amo a mí mismo, la felicidad que me represento se torna mi felicidad; por tanto me interesa despertar estas representaciones, multiplicarlas, exaltarlas – por tanto estoy interesado en difundir la felicidad a mi alrededor. Cuanta belleza, cuanta excelencia, cuanto goce produzca fuera de mí, tanto produzco en mí; cuanto desprecio, destruyo, tanto me desprecio, tanto me destruyo – Deseo la felicidad ajena, porque deseo la mía propia. Al deseo de la felicidad ajena le llamamos benevolencia, amor.

AMOR.

   Ahora, mi más querido Rafael, déjame que mire a mi alrededor. Hemos ascendido a la cima, la niebla se ha disipado, como en un floreciente paisaje estoy en medio de lo inconmensurable. Una luz solar más pura ha esclarecido mis conceptos.

El amor, pues – el más bello fenómeno de la creación animada, el todopoderoso imán en el mundo espiritual, la fuente de devoción y la virtud más sublime – el amor es sólo el reflejo de esta única fuerza original (Urkraft), una atracción de lo excelente, basada en una instantánea permutación de personalidad, un intercambio de ser.

Cuando odio, me quito algo; cuando amo, me vuelvo más rico con lo que amo. El perdón es el reencuentro con una propiedad enajenada – La misantropía, un suicidio más prolongado; el egoísmo, la suprema pobreza de una creatura .

Cuando Rafael se deshizo de mi último abrazo, hizo pedazos mi alma; y lloro por la pérdida de mi más bella mitad. En cada sacrosanto atardecer – lo recuerdas – allí donde nuestras almas por primera vez se tocaron ardientemente, todas tus grandes sensaciones se hicieron mías, sólo hice valer mi eterno derecho de propiedad sobre tu excelencia – más orgulloso de amarte que de ser amado por ti, pues lo primero me ha convertido en Rafael.

¿No fue el todopoderoso mecanismo[3]

El que a la eterna unión jubilosa del amor

nuestros corazones uno con otro impulsó?

Rafael, en tus brazos – ¡oh delicia!

Me atrevo yo también a emprender alegre el camino de la

consumación que conduce hasta el gran sol del espíritu

¡Feliz, feliz! Te he encontrado,

Te he enlazado entre millones,

Entre millones eres mío.

Deja que el salvaje caos retorne

Que lo átomos interfieran unos con otros

Que eternamente nuestros corazones huyen volando hacía sí.

¿No debo yo de tus ojos centelleantes

De mi voluptuosidad el reflejo absorber?

Sólo en ti con asombro me contemplo,

Más bella se me dibuja la bella tierra,

Más claro se refleja en el amigo

Más encantador el cielo.

La melancolía suelta la pavorosa carga de las lágrimas

Más dulce la tormenta de la pasión descansa,

en el pecho del amor.

¿No busca el atormentado encanto mismo,

Rafael, en un instante de tu alma

Impaciente un sepulcro voluptuoso?

Si solo estuviera en el todo de la creación,

Soñaría almas en las rocas.

Y abrazándolas las besaría.

mis lamentos gemiría en el aire

Me alegraría, si me respondieran los abismos,

Suficientemente necio, de la dulce simpatía.

El amor no tiene lugar entre las almas monocordes, sino entre la armónicas. Con complacencia reconozco mis sensaciones en el espejo de las tuyas, pero con ardiente nostalgia devoro las superiores que me faltan. Una sola regla conduce la amistad y el amor. La dócil Desdémona ama a su Otelo por mor de los peligros que ha soportado. El viril Otelo la ama a causa de las lágrimas que ha derramado.

Hay momentos en la vida en los que estamos dispuestos apretar contra nuestro pecho cada flor y cada remoto astro, cada gusano y cada supremo espíritu que vislumbramos – un abrazo a toda la naturaleza, como a nuestro amada. Me comprendes, mi Rafael. El hombre que ha llegado tan lejos como para recoger toda belleza, grandeza, excelencia en lo pequeño y en lo grande de la naturaleza y para encontrar la gran unidad para esta multiplicidad, ya se ha acercado en gran manera a la divinidad. La entera creación se derrite en su personalidad. Si cada hombre amase a todos los hombres, cada individuo poseería el mundo.

La filosofía de nuestro tiempo –mucho me temo – contradice esta doctrina. Muchas de nuestras cabezas pensantes se han empeñado en eliminar por mofa este celestial impulso del alma humana, en borrar la impronta de divinidad en ella, y disolver esta energía, este noble entusiasmo en el frio soplo exterminador de una pusilánime indiferencia. En el sentimiento de esclavitud de su propia indignidad se han conformado con el peligroso enemigo de la benevolencia, el interés personal, para explicar un fenómeno que para sus limitados corazones era demasiado divino. Han retorcido su desoladora doctrina a partir de un miserable egoísmo y convertido su propia limitación en medida del Creador – esclavos degenerados, que bajo el sonido de sus cadenas prescriben la libertad. Swift, que se dedicó a glosar la necedad de los hombres hasta la infamia y escribió finalmente en la picota, que había edificado para el entero género humano, su propio nombre, incluso Swift no pudo infligir una herida tan mortal a la naturaleza como estos peligrosos pensadores, que adornan el interés propio con toda la pompa de la perspicacia y del genio y lo ennoblecen elevándolo a un sistema.

¿Por qué debe pagar toda la especie, si tan sólo algunos miembros desprecian su valor?

Reconozco francamente que creo en la realidad de un amor desinteresado (uneigennützigen). Estoy perdido, si no existe; abdico de la divinidad, la inmortalidad y la virtud. No me queda ya prueba alguna para estas esperanzas, si dejo de creer en el amor. Un espíritu que sólo se ama a sí mismo es un átomo que flota en el espacio inconmensurablemente vacío

 

SACRIFICIO

Pero el amor produce efectos que parecen contradecir la propia naturaleza.

¿Es imaginable que aumente mi propia felicidad por medio de un sacrificio que ofrezco a la felicidad ajena – incluso si ese sacrificio consiste en mi vida? Y la historia proporciona ejemplos de un tal sacrificio – y siento vívidamente que no me costaría nada perecer por la salvación de Rafael. ¿Cómo es posible que tengamos la muerte por un medio para aumentar la suma de nuestros goces? ¿Cómo puede la terminación de mi existencia concordar con el enriquecimiento de mi ser?

La presuposición de la inmortalidad anula esta contradicción – pero desfigura también la alta gracia de este fenómeno. La consideración de una recompensa futura excluye el amor. Debe existir una virtud que aún en ausencia de la fe en la inmortalidad subsista, que también, ante el peligro de anonadamiento, el sacrifico tenga lugar.

Es verdad que supone ya un ennoblecimiento de alma humana el sacrificar la presente ventaja a cambio de una ventaja eterna – es el grado más noble de egoísmo – pero el egoísmo y el amor separan a la humanidad en dos géneros completamente desiguales, cuyos límites nunca se superponen.

El egoísmo alcanza su punto central en sí mismo; el amor lo planta fuera de sí, en el eje del eterno Todo. El amor tiende a la unidad, el egoísmo es soledad. El amor es el ciudadano co-gobernante (mithherrschend) de un floreciente Estado libre, el egoísmo, un déspota de una devastada creación. El egoísmo siembra para la gratitud, el amor para la ingratitud. El amor prodiga, el egoísmo presta – Indiferente ante el trono de la verdad judicial respecto al goce de los momentos posteriores o a la perspectiva de una corona de mártir – ¡indiferente respecto a si en esta vida o en la otra se cobran los intereses!

Imagina, mi Rafael, una verdad que beneficia a todo el género humano por muchos siglos – agrega que esta verdad condena a su descubridor a la muerte, que esta verdad sólo puede ser comprobada, sólo puede ser creída, si perece. Imagina además a este hombre adornado con la clara mirada solar omniabarcante del genio, con la rueda flamígera del entusiasmo, con todas las sublimes disposiciones para el amor. Permite que acceda a su alma el completo ideal de este gran efecto – – en el más oscuro presentimiento deja desfilar ante él todos los hombres dichosos que debe crear – deja acumularse al mismo tiempo en su espíritu el presente y el futuro, y ahora respóndeme, ¿necesita este hombre el anuncio de otra vida?

La suma de todas estas sensaciones se confundirá con su personalidad, confluirá con su Yo formando un Uno. El género humano, en el que está pensando ahora, es él mismo. Es un cuerpo en el cual su vida flota, olvidado y superfluo, como una gota de sangre – cuán rápidamente la esparce para su salud.

 

DIOS

     Todas las perfecciones del universo se reúnen en Dios. Dios y la naturaleza, dos magnitudes que son perfectamente iguales.

La entera suma de actividad armónica que existe reunida en la sustancia divina, está en la naturaleza que es la copia (antitipo) (Abbild) de esta sustancia individualizada en innumerables grados, medidas y niveles. La naturaleza (permíteme esta expresión figurada), la naturaleza es un Dios interminablemente dividido en partes.

De la misma manera que un rayo de luz blanco se dispersa en siete colores más oscuros, así también el Yo divino se ha quebrado en innumerables sustancias percibientes. Así como siete colores más oscuros se combinan para formar de nuevo un claro rayo de luz, así debiera a partir de la unificación de todas estas sustancias resultar una esencia divina. La forma existente del edificio de la naturaleza es el vidrio óptico, y todas las actividades espirituales, un interminable juego de colores de este simple rayo divino. Pluga algún día a la omnipotencia destruir este prisma, y así se derrumbe el dique entre él y el mundo, todos los espíritus sean absorbidos en un espíritu infinito, todos lo acordes confluyan recíprocamente en una armonía, todos lo arroyos terminen en un océano.

La atracción de los elementos es responsable de la forma corpórea de la naturaleza. La atracción de los espíritus, múltiple y continua hasta el infinito, debería conducir finalmente a la anulación de esta separación, o (¿debo decirlo, Rafael?) resultar en Dios. Una tal atracción es el amor.

Pues el amor, querido Rafael, es la escalera por la que nos encumbramos hacia la semejanza con Dios. Sin pretenderlo, sin que lo sepamos, esta es nuestra meta.

Agregados muertos somos, cuando odiamos[4],

Dioses, cuando amando nos abrazamos

Suspirando por la dulce coacción de la atadura

Hacia arriba, por los miles de peldaños

De innumerables espíritus, que no crearon

Prevalece divino este impulso.

Brazo con brazo, más y más alto siempre

Desde el bárbaro hasta el vidente griego

Que sucede al último serafín,

Ondeamos en la unánime danza del corro

Hasta que allá en el mar de eterno brillo

Perecen ahogados medida y tiempo.

El gran Señor del mundo no tenía amigos,

Sintió ausencia, por eso creó espíritus,

Espejos felices de su felicidad.

Halló el Ser supremo ya nada semejante,

Del cáliz de todo el reino de los seres

Espumeó hasta él la infinitud.»

El amor, mi Rafael, es el desmesurado arcano que hace surgir de nuevo el deshonrado rey del oro a partir de la insignificante cal, lo eterno de lo transitorio, y salva de la destructora gangrena del tiempo el gran oráculo de la duración.

¿Cuál es la suma de todo lo anterior?

Examinemos la excelencia, de este modo será nuestra. Familiaricémonos con la alta unidad ideal, así nos conectaremos uno con otro en fraternal amor. Sembremos belleza y alegría, así recogeremos belleza y alegría. Pensemos claramente, así amaremos ardientemente. Sed perfectos, como vuestro padre en el cielo es perfecto, dice el fundador de nuestra fe. La débil humanidad palideció ante este mandamiento, por lo que se explicó de forma más clara: amaos los unos a lo otros.

¡Sabiduría con mirada solar,[5]

Gran divinidad, retírate,

Retrocede ante el amor!

¿En el escarpado camino de las estrellas

Quién te precedió audaz héroe

hasta el trono divino?

¿Quién rasgó el velo sagrado,

te mostró el Eliseo

a través de la grieta del sepulcro?

¿No nos atraerá ella allí,

No desearíamos ser imperecederos?

¿No buscaron también los espíritus

sin ella al maestro?

El amor, solo el amor nos guía

Hacia el padre de la naturaleza

Sólo el amor a los espíritus

Aquí tienes, mi Rafael, la declaración de fe de mi razón, un fugitivo esbozo de mi creación que he llevado a cabo. Como puedes ver, la semilla que plantaste en mi alma ha prosperado. Búrlate o regocíjate o sonrójate de tu alumno. Como tu quieras –pero esta filosofía ha ennoblecido mi corazón y embellecido la perspectiva de mi vida. Es posible, mi más querido, que la entera estructura de mis conclusiones no sea más que una imagen onírica si fundamento. – Tal vez el mundo, que aquí he dibujado, no es real en ninguna parte salvo en el cerebro de tu Julio – – tal vez, tras el discurrir de cientos y cientos de años, cuando este juez, el más sabio hombre, se siente en la sede, como nos ha sido prometido, a la vista del verdadero original rompa yo en pedazos mi esbozo escolar – Todo esto puede cumplirse; lo espero; pero entonces, aún cuando la realidad no se parezca en nada a mi sueño, la realidad me sorprenderá tanto más encantadora, tanto más majestuosa. ¿Deberían ser mis ideas mucho más bellas que las ideas del Creador eterno? ¿Cómo? ¿Debería tolerar que su sublime obra de arte se quede atrás de las expectativas de un conocedor mortal? – En esto precisamente consiste la prueba de fuego de su gran compleción (Vollendung) y el más dulce triunfo para el supremo espíritu, que las falsas conclusiones y el engaño no ofenden su reconocimiento, que todas las desviaciones tortuosas de la desenfrenada razón van a parar finalmente en la dirección justa de la verdad eterna, que finalmente todos los brazos divergentes de su corriente confluyen en la misma desembocadura. Rafael –   ¡qué idea me despierta el artista, que, desfigurado en miles de copias, en todas esas miles de copias permanece, a pesar de todo, semejante a sí, que incluso la devastadora mano de un chapucero no puede privarle de la admiración!

Por lo demás mi exposición podría resultar completamente falsa, completamente inauténtica – aún más, estoy convencido de que debe serlo necesariamente, y sin embargo es posible que todos los resultados que de ella se derivan se cumplan. Todo nuestro saber, como todos los sabios del mundo convienen, va a parar finalmente en un engaño convencional, con el que, no obstante, la más estricta verdad puede subsistir. Nuestros más puros conceptos no son en modo alguno imágenes de las cosas, sino sus signos determinados necesariamente y coexistentes con ellas. Ni Dios ni el alma humana ni el mundo son realmente lo que consideramos que son. Nuestros pensamientos de estas cosas son sólo la formas endémicas en las que el planeta que habitamos nos las trasmite – Nuestro cerebro pertenece a este planeta; consecuentemente también los idiolectos de nuestros conceptos que están guardados en él. Pero la fuerza del alma es peculiar, necesaria y siempre igual a sí misma; la contingencia de los materiales por los que se exterioriza, no cambia nada en las leyes eternas, mientras esta contingencia no está en contradicción consigo misma, mientras el signo permanece fiel a lo designado. Así como la fuerza del pensamiento desarrolla las relaciones de los idiolectos, estas relaciones deben estar realmente presentes en las cosas. La verdad no es, pues, característica alguna de los idiolectos, sino de la conclusión; no la semejanza del signo con lo designado, del concepto con el objeto, sino la coincidencia de este concepto con las leyes de la fuerza de pensamiento. Así precisamente la doctrina de las magnitudes se sirve de las cifras, que no están presentes sino en el papel, y encuentra con ellas lo que está presente en el mundo real. ¿Qué semejanza tienen, por ejemplo, las letras A y B los signos ‘:’ y ‘=, +, y – con el resultado que ha de ser obtenido? Y sin embargo, ¡el cometa anunciado desde hace siglos surca el cielo remoto, y el esperado planeta eclipsa el disco solar! Con la infalibilidad de su cálculo Colón, el descubridor del Nuevo Mundo, aceptó la dudosa apuesta de adentrarse en un mar intransitable para buscar la otra mitad faltante del hemisferio conocido, la gran isla Atlantis, que debía colmar el vacío de su carta geográfica. La encontró, esta isla de su papeles, y su contabilidad resultó correcta. ¿Acaso hubiera resultado menos importante si una tormenta hostil hubiera hecho zozobrar su navío o le hubiera hecho regresar a su patria? La razón humana realiza un cálculo semejante cuando mide lo no-sensible con ayuda de lo sensible y cuando aplica la matemática de sus conclusiones a la física oculta de lo supra-humano. Pero aún falta la última prueba de su contabilidad, pues ningún viajero ha podido volver de aquella tierra para relatar su descubrimiento.

La naturaleza humana tiene sus propios límites, y cada individuo los suyos. Sobre aquéllos consolémonos mutuamente; éstos Rafael se los perdonará a la corta edad de su Julio. Carezco de conceptos, un forastero en muchos conocimientos, que se presupone son imprescindibles en indagaciones de esta guisa. No he pertenecido a ninguna escuela filosófica, y he leído pocos escritos impresos. Puede ser que aquí y allí introduzca la fantasía en las más estrictas conclusiones de la razón, que venda las ebulliciones de mi sangre, los presentimientos y las necesidades de mi corazón como sobria sabiduría; también esto, querido mío, que no debieras, a pesar de todo, hará que me arrepienta del momento perdido. Es realmente un triunfo para la perfección universal, fue la providencia del más sabio de lo espíritus que la extraviada razón debiera también poblar el país de los sueños e hiciera cultivable el cálido suelo de las contradicciones. No es sólo el artista mecánico el que pule el diamante bruto en brillante – también debemos conceder valor a aquel otro que ennoblece piedras más comunes con el fin de dotarlas con la aparente dignidad del diamante. El empeño en la forma puede a veces hacernos olvidar la masiva verdad de la materia. Cada ejercicio de la fuerza del pensar, cada acuidad del espíritu no es sino un escalón hacia su perfeccionamiento, y cada perfeccionamiento debería alcanzar existencia en el mundo completo. La realidad no se limita a lo necesario absolutamente; abraza también lo necesario condicionadamente; cada parto del cerebro, cada ocurrencia tejida por el ingenio tiene un irresistible derecho de ciudadanía en este máximo sentido de la creación. En el interminable plan de la naturaleza ninguna actividad está de menos, ningún grado de goce falta para la dicha universal. Aquel gran administrador de su mundo, que no deja caer ninguna astilla sin aprovechar, no deja en su mundo ningún vacío sin poblar, en donde hay espacio para cualquier goce de la vida, que alimenta a culebras y arañas con el veneno que al hombre hostiga, que aún en el campo muerto de la putrefacción envía plantas, que todavía dona con sentido de lo económico la florecilla de la voluptuosidad, que puede brotar en la locura, que convierte vicio y necedad en excelencia y supo hilar la gran idea de la Roma imperial con la lascivia de Tarquino Sexto– ¿este ingenioso espíritu no debió agotar el error para sus grandes fines y pudo dejar salvaje y sin amistad el vasto trayecto mundanal en el alma de los hombres? Cada facilidad de la razón, incluso en el error, aumenta su aptitud para la concepción de la verdad.

Deja, mi más querido amigo del alma, déjame por lo menos aportar mi contribución a la vasta tela de araña de la sabiduría humana. ¡La imagen del sol se pinta de distinta manera en las gotas de rocío de la mañana, de distinta manera en el espejo majestuoso del océano que circunda la tierra! ¡Pero mal haya la turbia ciénaga nublada, que nunca la recibe y nunca la devuelve! Millones de plantas beben de los cuatro elementos de la naturaleza. Una despensa está abierta para todas; pero mezclan su savia millones de maneras distintas, y la reproducen millones de maneras distintas. La bella multiplicidad denota un rico señor de esta casa. Hay cuatro elementos de los que todos los espíritus se nutren; su Yo, la naturaleza, Dios y el futuro. Todos se mezclan de millones de modos distintos, y resultan de nuevo en millones de maneras distintas; pero hay una sola verdad, que, como un firme eje, atraviesa igualmente todas las religiones y todos los sistemas – «¡Acercaos al Dios, al que os referís!»

[1] Son palabras de El Mesías de Klopstock

[2] Albrecht von Haller (Berna, 16 de octubre de 1708 – ibíd. 12 de diciembre de 1777) médico, anatomista, poeta, naturalista, y botánico suizo, considerado el padre de la fisiología moderna.

[3] Comienzo de Die Freundschaft

[4] Fragmento del poema «Die Freundschaft» (con algunas variaciones)

[5] Fragmento de Der Triumph der Liebe. Eine Hymne (modificado)