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La Teología política como reacción
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La Teología política como reacción

La Teología política como reacción

„Der erste Schritt zu wahrer Freiheit und Humanität wäre, sich der schlotternden Furcht vor dem Begriff ‘Reaktion’ zu entschlagen“.

Thomas Mann

Hay muchas razones del por qué hay que ocuparse de teología política. Uno puede acercarse al problema desde un punto de vista meramente histórico, es decir limitar el alcance del tema a un debate que se registra en el radar conceptual de la historia de la filosofía, para verse obligado en un momento dado a decretar su desaparición, ya que, si se considera como un fenómeno histórico tiene necesariamente que terminar.

También podría uno ser más radical y subsumir el planteamiento anterior en uno más astuto que encuentra su mejor metáfora en la imagen del catalizador: la aparición histórica del fenómeno se debe a que las circunstancias finalmente catalizaron su afloramiento, y sobre el filósofo sagaz recae entonces la tares de rastrear, ante litteram, la existencia del núcleo temático antes de su emersión manifiesta. Esta es, por ejemplo, la manera de proceder de Jakob Taubes en su Theologie und politische Theorie cuyo íncipit reza:

«Originariamente, la teología surgió como el planteo de un problema de teoría política. El término teología propiamente dicho aparece por primera vez en un diálogo entre Adimanto y Sócrates sobre el lugar de la poesía y de la literatura en el Estado».[1]

Jakob Taubes, Del culto a la cultura. Elementos para una crítica de la razón histórica (Buenos Aires: Katz, 2007), p. 267.

Pero también el estudioso de teología política podría escoger otra estrategia para justificar su interés, a saber, hacerse cargo del hecho indudable de que la teología política pertenece a la reacción. Esto no significa solo aquel espíritu contrarrevolucionario al que efectiva e históricamente pertenece el debate teopolítico, que se sitúa en el interior de unas coordenadas concretas, que toman como referencia aquella galería de intelectuales provenientes de las filas de la teoría del derecho y de la filosofía política, que desfilan entre el siglo XVIII y el comienzo del XX.

Significa más bien asumir que es la reacción lo que trae consigo y pone de manifiesto la cuenta de la verdad de un movimiento histórico, y es solo a través del miedo del contrarrevolucionario que se hace patente el verdadero espíritu de una época. Nadie mejor que el reaccionario entiende lo que está en juego en una determinada constelación de sucesos, solo en su miedo, cuya relación con su actualidad es siempre de carácter sintomático, se mide el valor de la apuesta histórica, el Ernstfall del presente. El filósofo de la historia, convertido de esta manera en un augur de la crisis, lee en las ansias y en los reproches de la reacción al espíritu revolucionario el sentido epocal del cambio.

De ahí que la pregunta por la teología política, el gran Innombrable de la Modernidad, se lee bajo una nueva luz en tanto en cuanto se adscribe al patrimonio cultural dejado en herencia por la reacción y el espíritu contrarrevolucionario. De esta manera, el acercamiento histórico se transforma paulatinamente en un planteamiento sistemático para analizar las estructuras y las contradicciones profundas de la Modernidad, método que se propone de interpretar la verdad de esta última a partir del retorno, en su interior, de elementos pertenecientes a una fase pretérita y que en absoluto concuerdan con su narrativa ilustrada.

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[1] Versión original: «Anfangs tauchte Theologie als Problemstellung der politischen Theorie auf. Der Begriff Theologie selber erscheint zum erstenmal in einem Dialog zwischen Adeimantus und Sokrates über die Stellung der Dichtung und der Literatur im Staat». Id., Vom Kult zur Kultur (München: Fink, 1996), p. 257.